La importancia de la credibilidad científica en la era de las pandemias, de la “emocionalidad” y los memes
Autora: Daniela Flores, Dra.(c) en Ecología y Biología Evolutiva, Universidad de Chile; Subdirectora y Coordinadora general Fundación para el Desarrollo Interdisciplinario de la Ciencia, la Tecnología y las Artes (Fundación DICTA, http://www.dicta.cl)¹.
Luego de haber vivido años de pandemia y de hablar de virus y vacunas a nivel mundial, puede ser un poco tedioso leer algo sobre lo mismo. Sin embargo, la pandemia nos dejó muchas aristas de ejemplos y de aprendizajes que probablemente tendremos que considerar para enfrentarnos a eventos futuros, como nuevas pandemias o bien alguno de los tantos efectos que se pueden desencadenar por la crisis climática, lo que hace relevante examinar nuestros distintos comportamientos en torno a estos fenómenos. En especial, desde mi posición como científica, me enfoco en la distinción entre argumentos científicos y las creencias, que científicamente hablando son erradas, y cómo estas distinciones son importantes para tomar medidas sociales, colectivas. Este artículo presenta un enfoque interdisciplinario de algunos fenómenos que limitan entre la ciencia y la sociedad, poniendo a la pandemia del COVID19 como ejemplo, indagando también en algunos de nuestros comportamientos y patrones neurales, y en la biología del conocer y la objetividad, que nos presenta desafíos y tal vez soluciones para los problemas futuros.
Edición: Equipo Editorial Interdisciplinaria, Diagramación: Pilar Trillo, ¹”Nota biográfica al final del artículo”.
El idioma original en que está escrito este artículo es español. Mencionamos esto para considerar al utilizar la traducción automática que puede generar algunos errores.
A pesar que la vacunación es una técnica que tiene sus fases iniciales en el siglo XVIII, y desde esos momentos se ha utilizado para evitar la propagación de diversas enfermedades, actualmente, por diversos factores, parte de la población muestra una reticencia a creer en la eficacia de las mismas. La vacunación se basa en el principio de exponer al sistema inmunológico de un individuo a una “sustancia” causante de la enfermedad – lo que comúnmente se denomina antígeno – para exacerbar al sistema inmunológico en su producción de anticuerpos específicos para ese antígeno, evitando que en una siguiente exposición la enfermedad sea grave o incluso ni siquiera se produzca. Esta noción de la prevención de enfermedades a partir de exposiciones previas, se comenzó a articular desde la antigüedad, a partir del conocimiento tradicional o popular, justamente en momentos en que la disciplina científica como hoy la conocemos, ni siquiera había surgido. En la Grecia antigua, por ejemplo, las personas generaban rasguños en su cuerpo para exponer los gérmenes directamente en las heridas; mientras que en China, se ha descrito que las personas incluso inhalaban polvos preparados con tejidos de personas que habían muerto con viruela.
Esta técnica tradicional de inoculación de la viruela, conocida como variolización, fue ampliamente utilizada, y comenzó a difundirse en Europa luego que Lady Mary Montagu (la esposa del embajador inglés en Turquía y quien tenía su rostro desfigurado producto de la viruela) descubriera el proceso de inmunización que se realizaban en los harenes de Constantinopla y en todo el imperio otomano, en que se inoculaban personas sanas con los cuerpos purulentos de enfermos con viruela. Fue así como esta técnica fue extendida a Inglaterra y al resto de Europa desde el siglo XVIII, aplicándose en todos los niveles sociales incluyendo presos, aristócratas y hasta la realeza europea, incluyendo dentro de ellos al rey de Francia.
Figura Nª 1. Relieve frente al Hospital Asakura Ishikai, en conmemoración de la introducción de la variolización por el médico japonés Ogata Shunsaku (1748-1810). De Wolfgang Michel. Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Variolizaci%C3%B3n).
Las nociones de inmunización se hicieron más patentes con los trabajos de Edward Jenner a principios del siglo XIX, quien desarrolló distintos métodos de inmunidad para la enfermedad de la viruela, a partir de la inoculación a personas sanas con viruela de vaca para dotarlas de inmunidad. Esto sentó las bases para que posteriormente Luis Pasteur, con aproximaciones más meticulosas, desarrollara las vacunas de la rabia y del ántrax, y consagrara a las vacunas como un método ampliamente utilizado de inmunización en humanos.
Los beneficios que la vacunación ha tenido en el mundo son innegables. Debido a la vacunación masiva contra la viruela, enfermedad que atacó a millones de personas desde la antigüedad y con una mortalidad de aproximadamente 30%, es que esta pudo ser erradicada, siendo el último caso reportado de viruela en África en 1977. Si bien la viruela es el único caso reportado a nivel mundial que ha podido erradicarse, diversas otras enfermedades como la tuberculosis, la poliomielitis, el sarampión, la Hib, difteria, tétanos, hepatitis B, fiebre amarilla, etc., han podido ser contenidas, controladas y muchas de ellas erradicadas en diversos países del mundo, contribuyendo a salvar millones de vidas, evitando en algunos casos el 100% de las muertes. De esta forma, considerando tanto la evidencia científica como histórica de la eficacia de las vacunas, cabe preguntarse, ¿por qué emergen y se configuran movimientos anti-vacunas, que son reticentes a convencerse del beneficio que ellas proveen? ¿por qué distanciarse de la evidencia científica, siendo que esta provee, tal y como dice la palabra, “evidencia” para sustentar razonablemente la toma de decisiones, sobre todo con enfermedades que son de amplio espectro poblacional? ¿Por qué generar elucubraciones alejadas del pensamiento científico, en torno a las vacunas contra el COVID-19, basándose en especulaciones?. Estas preguntas se pueden abordar y entenderse desde distintos puntos de vista, muchos de ellos que en particular escapan de mi campo de estudio, por lo que trataré principalmente de abordar desde el punto de vista biológico (y aprovechándome de mis lecturas en torno al tema) y solo pasando someramente por otros puntos de vista que servirán para articular a campos de estudio ajenos, el tema de la necesidad de la credibilidad científica, sobre todo aún en estos momentos históricos y de cara a las dificultades que se vienen a futuro.
Figura Nª2. Pandemia del COVID-19.
No todo lo que no se ve no existe; no todo lo que se ve y se cree, es real
Muchas veces las imágenes, las pinturas, han servido para promover ideas o formas de pensamiento. Muy conocido es el caso de, que en momentos de gran analfabetismo previo al renacimiento, se enseñaba sobre cristianismo y la historia de Jesús, a través de las pinturas sacras que describían las historias bíblicas, y servían para educar en torno a creencias religiosas (Gombrich., 2020). Al parecer actualmente no estamos muy alejados de eso, al ver circular tanta información resumida en un “meme” que se comienza a propagar en redes sociales, sin realmente filtrar si la veracidad de la información, antes de creer en ella. Esto nos posiciona en un ejemplo similar al del analfabetismo y las pinturas religiosas. Más aún, nos constata otras formas de analfabetismo actuales, en este caso la incapacidad de “leer” la evidencia científica y ser cautelosos con la información errónea que muchas veces se propagan con los “memes”. Es claro que en las redes sociales y los medios de comunicación abundan las fake news, y parece casi imposible combatir esto, utilizando el “pensamiento lógico-científico”.
El movimiento antivacunas surgió desde los tiempos en que la misma vacunación comenzó. Ya sea por argumentos religiosos, por miedo a ser inoculado, o por objeción a la transgresión de la libertad individual, se generaron diversos argumentos y ligas para rechazar la vacunación (Wolfe., 2002), lo cual empeoró cuando las vacunas comenzaron a hacerse obligatorias por los gobiernos y reinados (Durbach., 2000). Sin embargo, la evidencia empírica y el temor de los gobiernos a continuar con los estragos generados por la viruela además otras típicas enfermedades, llevó a que se generaran leyes obligatorias para proteger a las poblaciones en caso de enfermedades transmisibles, lo que consecuentemente impulsó la generación de ligas antivacunas opositoras. Si bien estos movimientos siempre han existido (desde el origen de la variolización y de la vacunación), durante el siglo XX diversos estudios nocivos potenciaron la aversión a la inoculación. Durante la década de 1970, un informe del hospital Great Ormond Street de Londres, alarmó a los medios vinculando efectos neurológicos producto de la vacunación contra la tos ferina (DTP). Una alarma que penetró los medios de comunicación, a pesar de que posteriormente se confirmara la seguridad de la vacunación. En 1998, el médico británico Andrew Wakefield incitó a investigar una posible relación entre las enfermedades de colon, el autismo y la vacuna triple de Sarampión, Paperas y Rubeola (MMR), y puso en duda los efectos que esta podía tener para la salud de los niños. A pesar de que la revista Lancet publicó sus estudios, posteriormente se descubrió que A. Wakefield había sido pagado por una junta legal convocada por padres, para indagar en pruebas que sostuvieran que estas vacunas habían perjudicado a sus hijos, y posteriormente fue acusado de cometer fraude científico, falsificación y de haber sido financiado por movimientos antivacunas (Deer., 2011). Actualmente, diversos estudios basados en millones de niños, muestran que no existe relación alguna entre la vacuna MMR y el autismo (Sttraton et al., 2001). La ciencia por supuesto que no está exenta de personajes como A. Wakefield, que trastocan la credibilidad y confianza en los experimentos, y que lamentablemente potencian las falsas creencias. Respecto a esto, es importante tener en mente que muchos de nuestros temores en torno a la vacunación han estado fundados en ambigüedades, en “evidencias” que no han llegado a puerto, y/o simplemente en engaños. Además, es importante entender la diferencia entre los argumentos que intentan explicar los dos grupos en confrontación, la diferencia entre lo que es una creencia y lo que es el pensamiento basado en la evidencia, lo que llamaremos acá, pensamiento científico.
Figura Nª 3. Vacunación Luis Pasteur.
Si nos remontamos a los momentos en que la microbiología estaba en sus primeros esbozos como disciplina, existían muchas creencias que actualmente nos parecerían absurdas – “póngase una araña dentro del círculo hecho con polvo del cuerno del unicornio, y la araña no podrá salir de él” – y – “las paperas son provocadas por un espíritu maligno, llamado el espíritu de las paperas, que invade al enfermo”- son parte de las creencias rescatadas en el libro “Cazadores de Microbios” de Paul de Kruif referentes a esa época. Afortunadamente, este tipo de creencias y muchas otras que nos parecerían igualmente absurdas, comenzaron a ponerse en duda por experimentos realizados por grupos de científicos aventureros. Más aún, con el descubrimiento de los microorganismos, protistas y bacterias, durante el siglo XVII, se pudo observar un mundo anteriormente invisible, dando nuevas explicaciones a fenómenos en los que antes se le daban justificaciones que (seguramente) actualmente consideraríamos descabelladas. Con esto se destapó un conocimiento de cómo este “mundo invisible” podría explicar distintos fenómenos biológicos, como la reproducción, a partir de la observación de espermios, la generación de infecciones bacterianas, las células de nuestra sangre y en los distintos tipos de tejidos, solo por nombrar algunos.
Uno de los argumentos de lo que caracteriza a la disciplina de las ciencias naturales, bajo la mirada Popperiana, es la capacidad de ser falsable, vale decir, que las hipótesis que se generan para explicar ciertos fenómenos, bajo condiciones de experimentación adecuadas y reproducibles, nos permiten eventualmente rechazar las hipótesis (Tamayo., 2012). Esto significa, que las hipótesis científicas siempre se encuentran en un piso inestable, que las hace ser proclives a refutación. Esto no significa que las conclusiones científicas siempre sean inestables, o que no debemos considerarlas como válidas, puesto que precisamente la refutación del conocimiento a partir de la crítica de los círculos de científicos, nos permite ir generando un conocimiento más robusto en torno a los fenómenos y el desarrollo de marcos teóricos que prosperan en el tiempo (como por ejemplo teorías, las leyes, etc.). Además, las creencias, son ideas que se asumen como verdaderas sin un fundamento racional o sin evidencia empírica que demuestre esto. Dicho de otra forma, esto último se entiende como: “creer que es cierto, porque simplemente se cree que es cierto”. Una de las características de las creencias, es que no permiten refutación, sino que por el contrario, en general se pueden generar argumentos explicativos ad hoc que expliquen las premisas, pudiendo desplegar un sin fin de argumentos que podrían calzar dentro del marco explicativo de las premisas. Es por ello que la aproximación científica y las típicas creencias sin fundamento científico, pueden distinguirse e identificarse como marcos explicativos separados. Esto, si bien no explica que la ciencia siempre esté en lo correcto y que ésta no vaya modificando sus teorías puesto que siempre existe una propensión al cambio y alos cambios de paradigmas (Kuhn., 2019), ni mucho menos que la ciencia sea el único marco teórico válido para dar explicaciones a distintos fenómenos (sobre todo aquellos que requieren una mirada sistémica), esta sí nos permite afirmar que las conclusiones científicas se encuentran más fundamentadas que las creencias, siendo la primera una forma de validación del conocimiento que se sustenta en evidencia altamente justificada, a diferencia de la segunda.
Si nos posicionamos en el escenario del COVID-19, a pesar de que en muchas ocasiones se haya negado la existencia del virus o la efectividad de las vacunas, la evidencia científica nos dice lo contrario. Los coronavirus, son virus que se encuentran distribuídos en distintas especies animales y se pueden traspasar desde los animales a los humanos, siendo los beta-coronavirus como el SARS-CoV, el MERS-CoV y el SARS-CoV-2, los de mayor potencial zoonótico que hemos visto en el último tiempo (Donnik et al., 2021; Andersen., 2020). Si bien, la pandemia generó en muchos casos incredulidad y temor en torno a la efectividad de las vacunas y el riesgo que implica someterse a la inoculación de las mismas, puesto que la generación de las vacunas y su aprobación fue bastante rápida en comparación a otras vacunas previas, muchas de ellas comenzaron a ser suministradas a nivel mundial en fase 4, vale decir, en fase de farmacovigilancia y de comercialización. Los diferentes tipos de vacunas, tienen diferencias en cuanto a su composición y mecanismos que ocupan para defender el cuerpo, sin embargo todas tienen el propósito de activar al sistema inmunológico y la producción de anticuerpos, proteínas específicas que detectan agentes infecciosos y los neutralizan, evitando así la progresión de la enfermedad.
A pesar de toda la evidencia científica que se ha generado, la pandemia del COVID-19 provocó una infodemia, un estampido de noticias falsas (fake news) que se difundieron a través de las redes sociales, y que capturaron las miradas de grupos más incrédulos en su efectividad (por ej. la presencia de óxido de grafeno, o la acidificación de la sangre por uso de mascarillas, o que el tamaño de los poros de las mascarillas las hace ser inservibles). Si bien se han reportado efectos secundarios que se han producto de la vacunación contra el virus del COVID-19, como por ejemplo las trombosis, el porcentaje de trombosis es menor incluso a lo reportado por otros medicamentos de uso común (Sessa et al., 2021). Muchas veces emerge una oposición a la vacunación, asociado al temor que surge al no saber qué va a pasar con los efectos de las vacunas a largo plazo. Lamentablemente la ciencia no puede contestar certeramente esto, puesto que esto se verá a largo plazo (aunque sí hay que considerar que con la composición y estudios previos en otras vacunas, y los estudios clínicos actuales en torno a las vacunas del COVID-19, hacen pensar que las vacunas son saludables y favorables también a futuro), sin embargo los diversos efectos sistémicos que se han observado que pueden generarse producto de desarrollar la misma enfermedad, son muy diversos y pueden ser peores, incluyendo efectos neurológicos, inflamatorios, psiquiátricos, gastrointestinales, síndromes de larga duración, etc. (Mahajan et al., 2020), y los casos de Covid prolongados. Entonces cabría preguntarse, bajo estos escenarios de incredulidad, ¿cuál es la mejor decisión? ¿Es necesaria la vacunación? ¿por qué mejor no simplemente enfermarse con el virus para generar una inmunidad natural?. Los distintos puntos que hemos hablado anteriormente nos señalan que esta respuesta involucra no solo una posición individual, sino que también una mirada colectiva, de salud pública tanto presente como futura, que nos obliga a examinar las mejores estrategias para no generar secuelas sociales y sanitarias tanto en la actualidad como en los próximos años. Si bien la tasa de muerte de este virus no es tan elevada en comparación a otros (como virus del ébola o la rabia que tienen un 50% y un 95%, respectivamente), uno de los grandes problemas asociados al mismo fue su gran contagiosidad, que llevó a la saturación de centros hospitalarios, haciendo insuficiente los recursos para atender las necesidades de los pacientes, exacerbando así la posibilidad de muerte. Considerando este factor de contagio, se genera un escenario en que cada persona es un agente relevante dentro del comportamiento colectivo, lo que aún es más problemático en los escenarios de individualismo actuales (Huang et al., 2022), y esta necesidad también surge al pensar en distintas problemáticas ambientales y sociales, que se están manifestando los últimos años. Lamentablemente la divulgación de noticias fraudulentas nos puede llevar a tomar decisiones con potenciales efectos graves, no solo en nuestro entorno cercano, sino que también a nivel comunitario. De esta forma, invito a la reflexión en base a laevidencia científica, y no a generar elucubraciones ilimitadas, sostenida simplemente en base a creencias. Veamos hechos y no conspiraciones.
Emocionalidad versus racionalidad. Invitación a la aproximación a través de la evidencia científica
Más allá de nuestra posición como individuo, la pandemia que vivimos, con variantes altamente contagiosas, requiere la acción colectiva en una misma dirección, y a pesar que nos encontramos en momentos históricos en que se cuestionan las grandes empresas, los gobiernos, y a la ciencia misma, es momento también de reflexionar y pensar con la cabeza y no únicamente actuar en base a nuestras emociones, utilizando la ciencia para intentar dar solución a asuntos sociales y de salud pública.
Sin embargo, a pesar de los diversos argumentos que la ciencia puede aportar, apartar los argumentos errados, es una tarea muy difícil, cuando (por ej. por disonancia cognitiva), surge la necesidad de sostener marcos de creencias erradas o engañosas. Eso hace, que a primera vista, unificarnos a favor de razonar críticamente desde un punto de vista científico, sea un escenario altamente improbable. Podemos tratar de entender la (cuasi) imposibilidad de cambiar nuestras creencias, incluso desde un punto de vista estructural. La misma ciencia nos ha mostrado que las creencias permiten reducir la angustia y el estrés generado por la falta de control, suscitando así escenarios de previsibilidad y certidumbre, desahogos y apoyo social, lo que incluso tiene un sustento en nuestro cerebro (R. Sapolsky., 2017). Se ha observado que incluso el feedback positivo generado por la dopamina, nos impulsa a ser más proclives a creer en fantasmas, dioses, espíritus y conspiraciones (Shermer., 2012), y nos hace ser más proclives a quedarnos en nuestros propios pensamientos más que a salir de ellos. Sin embargo, a pesar de esta predisposición, la toma de decisiones conductuales y morales depende del contexto, y cuando los argumentos se meditan profundamente, podemos cambiar nuestras miradas para adaptarnos a distintas circunstancias. Dicho de otra forma, a pesar que fisiológicamente somos propensos a generar elucubraciones y fuertemente a creer en ellas, aún es posible manejar las emociones en base al raciocinio. Con todo esto, no estoy queriendo afirmar que las emociones no tengan importancia (de hecho presentan un rol importante en nuestra historia evolutiva como humanos), pero sí estoy defendiendo que cuando hay que pensar y tomar decisiones complejas y que van más allá de la postura individual, es necesario reflexionar en torno a “manejar” las emociones y darle la importancia adecuada a favor de las decisiones “racionales”. Si bien, los seres humanos somos seres altamente emocionales, incluso más que racionales (incluso acuñando el concepto de Homo irracionalis), cuando surgen situaciones a escala global que requieren decisiones y cambios de comportamiento masivos, es necesario abordar estos problemas con aproximaciones más robustas, como es la aproximación científica, y en el escenario ideal, actuar de forma racional a favor de las posturas que nos benefician en colectivo. Bajo la Teoría de la Biología del Conocer (Maturana., 1997), los individuos más que hacer complejos razonamientos, actuamos de acuerdo a patrones que aprendemos en nuestro vivir, y para algunos, estos patrones pueden ser totalmente ilógicos bajo otras miradas (por ej. si se observan desde una cultura ajena). De esta forma, la “verdad” es determinada por un consenso o coherencia entre el flujo de acciones o flujos relacionales entre los individuos, y de esta forma creamos la visión del mundo que nos rodea. Esto nos permite visualizar cuán importante es entendernos como entes activos, generando acciones concretas y con “poder de convencimiento”, y no solo depender del poder de la palabra, ya que convencer a otros, implica cambiar formas de ver el mundo. Además, nos permite entender que vivimos en mundos con múltiples miradas y perspectivas, y que si bien debemos respetarnos en estas múltiples miradas, debemos tomar decisiones sustentadas en la objetividad.
Figura Nª 4. Humberto Maturana y Biología del conocer.
La pandemia recientemente vivida, llegó en momentos en que ha aumentado la falta de credibilidad de los gobiernos y estados, lo que arrastra a su vez, a la falta de credibilidad de las políticas públicas que se despliegan. Si se suma, la incredulidad ante la ciencia y ante los estudios generados por farmacéuticas, es evidente que esto será sustento de generación de nuevos credos novelescos que degradan la confianza ante las políticas públicas aplicadas a futuro. A pesar de los diversos argumentos que existen en oposición al uso de mascarillas y a la vacunación, estos no invalidan ni la existencia del virus, ni la efectividad de las vacunas para disminuir el riesgo en torno al contagio, lo que ampliamente se ha evidenciado por la historia como por los estudios recientes en torno al COVID-19.
Si bien todos somos proclives (incluso los científicos, ya que no estoy haciendo distinción alguna) a direccionar nuestro comportamiento “pensando con las emociones”, siempre hay que tener en cuenta de qué forma nuestras creencias nos pueden llevar a tomar malas decisiones, o decisiones individualistas, que afectan directa o indirectamente a la sociedad. Es muy necesario en estas situaciones, demarcar con criterio crítico, los argumentos que utilizamos para tomar una postura u otra y dirigir nuestro comportamiento, sobre todo pensando en el bienestar común.
Corolario
Una de las principales intenciones de este artículo, es invitar a ser más críticos y a recordar la necesidad de contrastar nuestros argumentos con información validada científicamente para pensar sobre nuestros comportamientos, sobre todo en momentos en que se necesita la acción de cada uno de nosotros, a favor de un beneficio social. Quise basarme en el tema de la pandemia, de la necesidad de información válida al respecto (principalmente científica) y de nuestra capacidad crítica a la hora de contrastar información (mucha veces proveniente de medios digitales) en relación, por ejemplo, al uso de mascarillas y de la vacunación, simplemente como una buena aproximación a un tema más complejo aún, que es cuán reproducibles serán estos comportamientos a futuro frente a otras situaciones que rescaten lo mejor y lo peor de nuestros comportamientos (aludiendo a R. Sapolsky). Es evidente que a futuro (incluso más que ahora) tendremos escenarios sociales complejos, desencadenados por la crisis climática y la pérdida de biodiversidad y las distintas consecuencias que éstas conllevan, que producto de nuestra ceguera social, embebida en un voraz sistema de consumo, la inercia de este nuevo contexto climático, no pudo ser detenido a tiempo. Dentro de las tantas consecuencias que se predicen, están la emergencia de nuevas pandemias, producto de la degradación de los ecosistemas y el aumento del contacto humanos-animales, lo que podría desencadenar nuevas zoonosis.
En parte estos problemas, van asociados a la falta de educación científica que tenemos desde nuestra primera infancia que no nos permiten ni entender ni confiar, en las medidas que debemos desplegar individualmente para contener, por ejemplo, los virus. Por otra parte, el mundo paralelo digital que habitamos, y las incalculables fake news a la que nos vemos expuestos, hacen necesario disponer de mayor alfabetización y educación digital y científica, para lograr dar nuestros veredictos de forma más crítica y razonable, evitando en lo posible, ser proclives a caer constantemente en falsedades. Sin embargo, incluso desde mi posición como científica, más allá de argumentar con lo que sabemos, yo invito a mirar con ojos más humildes, siempre recordando también lo que no sabemos o no conocemos. Frente a un contexto de ignorancia, es necesario ser precavidos y estar atentos a lo que leemos, lo que escuchamos, y lo que reproducimos, para evitar generar escenarios caóticos de emocionalidades y desinformación, y promover la conciencia de nuestra responsabilidad individual y colectiva.
Agradecimientos
Agradezco especialmente a Timothy Marzullo y Tomás Veloz, por leer el escrito original, y a Andrés Gomberoff, por leer la última versión, por las sugerencias y además por las conversaciones que tenemos y que nutren mi aproximación a los problemas de la ciencia y la sociedad.
Referencias
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Daniela Flores