Ecología interdisciplinaria para una crisis multidimensional
Por: Aldo Torres
Fuente imagen: Pixabay. “Para entender, lo principal sería redefinir la relación entre el ser humano, las demás especies y la Tierra. Volver a preguntarnos cómo habitaremos la casa común.”
Ecología es un término acuñado en 1866 por el zoólogo y biólogo E. H. Haeckel (1834-1919), a partir de las palabras griegas oîkos (casa) y lógos (estudio). Ecología, por tanto, hace alusión a comprender y cuidar la Tierra entendiéndola como la casa común de toda la humanidad. La idea de la “casa común” es frecuente en las cumbres ambientales, la utilizan los líderes políticos, ambientalistas, actores e incluso el Papa, en su encíclica Laudato Si, habla del mayor “peligro para la humanidad” y el cuidado de la “casa común”. En el Foro de Davos 2019, la activista sueca Greta Thunberg también utilizó esta metáfora: “nuestra casa está ardiendo”, dijo.
Es cierto que nuestro planeta es similar a una casa común y no existe, al menos no conocemos aún, otro lugar con las condiciones exactas para generar “la vida”. El problema está en la forma y condiciones en que se habita la casa común: lo que tenemos es un espacio limitado donde una minoría de seres humanos ocupa las mejores habitaciones y el resto de seres vivientes se pelean en algún rincón del patio. No solo vivimos por encima de nuestras posibilidades, sino que también por encima de las posibilidades de otros. Cuando digo “otros” me refiero al concepto desarrollado por Jorge Riehcman: otros son los animales, las generaciones humanas futuras, todos los organismos vivientes.
El problema está en la forma y condiciones en que se habita la casa común: lo que tenemos es un espacio limitado donde una minoría de seres humanos ocupa las mejores habitaciones y el resto de seres vivientes se pelean en algún rincón del patio. No solo vivimos por encima de nuestras posibilidades, sino que también por encima de las posibilidades de otros.
En el patio o durmiendo en las habitaciones, todos aseguran cuidar la casa común y la vida de los “otros”. Sin embargo, existen distintas formas de enfocar y desempeñar aquel supuesto cuidado. Los distintos énfasis han sido foco de discusión desde la conferencia de Estocolmo 72, cuando el tema del ambientalismo y la ecología terminaron finalmente por entrar en la agenda internacional y las negociaciones intergubernamentales. En aquella ocasión, el foco estaba puesto en la contaminación provocada por la industrialización acelerada, la explosión demográfica y el crecimiento urbano. Era, como decían los representantes de la India o América Latina, un ambientalismo propio del mundo desarrollado. El representante del gobierno indio lo resumió del siguiente modo: “Los ricos se preocupan del humo que sale de sus autos; a nosotros nos preocupa el hambre”.
En su libro “El ecologismo de los pobres”, Joan Martínez Alier divide el ecologismo en tres corrientes de acuerdo a tres “Lenguajes de valoración”. Las tres corrientes son tres tipos de ecologismo: el culto de la vida silvestre; el evangelio de la eco-eficiencia; y el ecologismo de los pobres. El primero consiste en la idea de preservar la naturaleza prístina sin ninguna interferencia humana. La naturaleza existe al otro lado de una vitrina. Los seres humanos están encima y aprecian su belleza como se aprecia la pintura de un museo.
El Evangelio de la eco-eficiencia, por su parte, se preocupa por el manejo sustentable de los recursos naturales, cree en el desarrollo sostenible y la modernización ecológica. La tercera corriente es la Justicia Ambiental y el Ecologismo de los pobres. En esta corriente, la Tierra no es algo que está ubicado afuera para conservar o producir de forma sustentable, sino que un lugar que se habita y que, en última instancia, es parte del propio ser humano. La naturaleza es territorio.
Actualmente, el ideario ambiental está dominado por un tipo de ecologismo que enfrenta la crisis eco social aludiendo únicamente al calentamiento global y la concentración de gases de efecto invernadero que lo producen.
A partir de las distintas valoraciones ecológicas se generan múltiples interpretaciones de la misma crisis. En un mundo donde todos se declaran verdes, las alternativas ecológicas varían en función del lugar y las condiciones en las cuales se habita la casa. No van a comprender lo mismo quienes están relegados al sótano y quienes disfrutan de las mejores habitaciones.
El CO2 como medida de toda una crisis.
Actualmente, el ideario ambiental está dominado por un tipo de ecologismo que enfrenta la crisis eco social aludiendo únicamente al calentamiento global y la concentración de gases de efecto invernadero que lo producen. Las negociaciones internacionales de ese ecologismo, que domina la agenda, se centran en reducir las partículas de efecto invernadero de la atmósfera. Con ese objetivo se cuantifica la concentración de partículas expresándolas como medida única equivalentes de dióxido de carbono (CO2e). Para esa visión, toda la crisis eco-social se cuantifica, científica y rigurosamente, a través del CO2, sin darle demasiada importancia al hecho de que estos gases son el producto final de una cadena muy amplia de factores que lo producen. Es un ecologismo que va a la forma y no al fondo, a la consecuencia y no a la causa.
Fuente imagen: Pixabay. “Pensemos un segundo: ¿son climáticamente inteligentes los monocultivos, la agricultura industrializada, los Organismos Genéticamente Modificados o la energía nuclear simplemente porque no reducen el carbono de la atmósfera? ¿Será que estamos observando solo la superficie del problema porque el diagnóstico es simplista y reducido?”
Este diagnóstico supone una cantidad reducida de soluciones, pues si cambian los diagnósticos cambian también las soluciones. Albert Einstein solía decir a sus alumnos que si él tuviera una hora para resolver el problema del mundo utilizaría 55 minutos en analizarlo para llegar a un diagnóstico certero, y tardaría 5 minutos en encontrar una solución. Paulo Freire ha comparado el hecho de nombrar el mundo con el de reclamarlo y así establecer que dichas maneras de ver el mundo son las legítimas. Las soluciones más popularizadas de esta forma de interpretar la crisis son la geoingeniería y los mercados de carbono.
Una fábrica de armas, que mata niños inocentes, puede exceder los máximos permitidos de carbono si paga por ello: no se cuestiona el fondo sino que solo la forma. El que paga contamina.
Para entender, lo principal sería redefinir la relación entre el ser humano, las demás especies y la Tierra. Volver a preguntarnos cómo habitaremos la casa común. O sea, pensar en otra ecología.
La casa común de todos los saberes.
El economista chileno Manfred Max-Neef ha dicho que “llegamos a un punto en nuestra evolución como seres humanos donde sabemos mucho, pero entendemos muy poco”. “El conocimiento creció exponencialmente, pero sólo ahora podemos empezar a sospechar que esto puede no ser suficiente, no debido a razones cuantitativas sino por motivos cualitativos. El conocimiento es tan sólo uno de los caminos, un solo lado de la moneda. El otro camino, el otro lado de la moneda es el entendimiento (Manfred Max-Neef; 201)”.
Necesitamos una ecología profunda que entienda y abarque las redes de la vida, pero también las redes y las conexiones del poder.
Sabemos que hay exceso de gases efecto invernadero invernadero (GEI) en la atmósfera, pero ¿entendemos que la crisis es de un patrón civilizatorio antropocéntrico, patriarcal, colonial, clasista, racista y el conocimiento que lo sustenta, su ciencia y su tecnología, lejos de ofrecer respuestas de salida a esta crisis civilizatoria, contribuyen a profundizarla? (Lander; 14).
Fuente imagen: “La ecología profunda no separa a los humanos -ni a ninguna otra cosa- del entorno natural. Ve el mundo, no como una colección de objetos aislados, sino como una red de fenómenos fundamentalmente interconectados e interdependientes.”
Para entender, lo principal sería redefinir la relación entre el ser humano, las demás especies y la Tierra. Volver a preguntarnos cómo habitaremos la casa común. O sea, pensar en otra ecología. A principios de los setenta, el filósofo noruego Arne Naess habló de una ecología «superficial» y otra «profunda». La ecología superficial es antropocéntrica, es decir, está centrada en el ser humano. Ve a éste por encima o aparte de la naturaleza, como fuente de todo valor, y le da a aquélla un valor únicamente instrumental, «de uso».
La ecología profunda no separa a los humanos -ni a ninguna otra cosa- del entorno natural. Ve el mundo, no como una colección de objetos aislados, sino como una red de fenómenos fundamentalmente interconectados e interdependientes. La ecología profunda reconoce el valor intrínseco de todos los seres vivos y ve a los humanos como una mera hebra de la trama de la vida (Capra; 29).
Necesitamos una ecología profunda que entienda y abarque las redes de la vida, pero también las redes y las conexiones del poder. De lo contrario, es una ecología inocente y funcional a un modelo que continúa echándole fuego a la casa. Necesitamos una ecología que explique el problema desde su complejidad y no a partir de sus consecuencias. Necesitamos sumar todos los esfuerzos en lo que Boaventura de Souza ha llamado “Ecología de Saberes”: El saber indígena, el saber de las mujeres, el saber de las tradiciones antiguas y el saber de la ciencia. Una ecología interdisciplinaria. En la base de esta ecología debemos ubicar las disciplinas que expliquen el mundo: a través de la física, el relato del tiempo y el espacio, como también sus paradojas relativistas y cuánticas. La química y el relato de la interacción entre los átomos y las moléculas.
La biología y el relato de la inteligencia con la cual está dotado todo lo viviente. Debemos abrir el dilema existencial en el cual nos encontramos. Todas las disciplinas deben aportar su evidencia. Si ampliamos el diagnóstico veremos que existen más soluciones. Ese es el desafío de la interdisciplinariedad: explicar la profundidad de esta crisis, desde lo más profundo de la tierra, el aire, los seres vivientes que la rodean y nos permiten la vida en su interior. Porque si lo pensamos, entre todos los seres que crean y recrean la vida, a los seres humanos le fue asignada la tarea esencial de organizar el funcionamiento de la casa. Tenemos una vida a cargo. Dependemos de la Tierra para vivir, y la Tierra depende de nosotros para sobrevivir. Sin nosotros, la tierra no podría apreciar su belleza, ni transformarla en, por ejemplo, una obra de arte. Somos el ojo en que la Tierra se mira, y también somos un tipo de inteligencia donde la tierra se piensa, se organiza y continúa su danza en el universo.
Fuentes de consulta
–Joan Martínez Alier. “El ecologismo de los pobres”. Conflictos Ambientales y Lenguajes de Valoración. Ed. Icaria, 2014.
-Fritjof Capra. “Las redes de la vida”. Ed. Anagrama, 1998.
-Fernando Estenssoro. “La Geopolítica ambiental global del siglo XXI”. Los desafíos para América Latina. Ril Editores, 2019.
-Manfred Max-Neef. “Los cimientos de la Transdisciplinariedad”. (Artículo).
Aldo Torres
Es politólogo en lo económico, saxofonista en lo valórico. También es escritor, autor de “El hombre que viajaba al sol” (Ed. Forja), “La vuelta al mundo en 80 preguntas” (Ed. Dyskolo) y “Los tres Mundos de Santiago” (Ed. Santiago-Ander). Ha trabajado en todos los niveles educativos en distintas instituciones. Coopera con varios medios de comunicación. Es director de contenidos en Fundación NAZCA.
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Diagramación: Diana Martín, Oswaldo Romero